Panamá (PL) El Año Internacional de los Afrodescendientes, como bautizó la Organización de Naciones Unidas el 2011, está por terminar, pero en Panamá no se puede decir que haya tenido una repercusión trascendente.
En el istmo, que se ufana de ser un crisol de razas con una población mayoritariamente mestiza muy mezclada de negros, chinos, europeos y poblaciones autóctonas, los afrodescendientes han hecho un aporte cultural sólido de obligada referencia cuando se habla del rico folclor nacional.
Hay en Panamá una Coordinadora Nacional de Organizaciones Negras con Eunice Meneses como secretaria ejecutiva, y una Secretaría de la Etnia Negra adscrita a la Presidencia de la República, que encabeza el cantante Ricardo Weeks, conocido como DjBlack. Existen porque hay discriminación.
Eunice aboga por una institución con los recursos financieros necesarios para la implementación de un Plan Nacional de Inclusión de esa etnia, elaborado desde 2007 pero no implementado.
Los negros coloniales -denominados así los que tienen origen en la dominación española- poblaron y aún habitan la Costa Atlántica de la provincia de Colón, las provincias del Darién, de Chiriquí, de Panamá y algunas regiones de la península de Azuero.
La mayor parte fueron traídos de África Occidental, Angola, Camerún, Guinea y del Congo principalmente, para trabajar en las plantaciones. La presencia de éste factor étnico determinó los rasgos musicales-culturales básicos del pueblo panameño.
Con los negros llegaron sus cantos, sus instrumentos y sus bailes, otorgando un perfil reconocible al arte nacional.
La península de Azuero, la de mayor tamaño del país y la más meridional de América Central, comprende la totalidad de las provincias de Herrera, Los Santos y la parte sureste de Veraguas.
Es, por definición, la cuna del folclor panameño. Allí es importante la presencia africana, sobre todo la colonial, y hubo buen caldo de cultivo para mantener vivas algunas tradiciones culturales originales como las fiestas y danzas populares Congo, Diablos, Bunde, Bullerengue y Zaracundé.
El Congo resume todo ese arte. Es un género musical bailable que se caracteriza por una expresión violenta y erótica al danzar asociada casi siempre a una representación mímica y teatral de episodios históricos del comercio negro, la esclavitud y las rebeliones negras durante los tiempos de la colonia.
Es considerado el género y baile de Tambor más antiguo del Istmo de Panamá, el más importante del folclor afro y el más representativo del panteón yoruba.
La cultura Congo sobrevivió gracias al uso del doble sentido que los africanos esclavizados utilizaron como arma de resistencia, igual que el sincretismo yoruba respecto de la religión católica. El congo se baila descalzo, por la relación del negro con la tierra.
La danza, una mezcla de movimientos, percusión y sonidos fuertes, colores vivos, vestidos y máscaras, mitos, magia y cantos, es una muestra ferviente de las antiguas raíces africanas preservadas hasta nuestros días y una de las tradiciones más representativas de la provincia de Colón, predominantemente afro.
Los movimientos del hombre y de la mujer negra son propios de su naturaleza, y de cada bailador. Cada toque en el tambor es una orden a un músculo, un tendón, una extremidad. La reacción es inmediata.
No hay un orden específico ni nada predeterminado porque todo es espontáneo e impulsado por sentimientos innatos de sensualidad, amor, deseo, picardía, religiosidad, alegría, tristeza, dolor, esperanza y pesar; todo con naturalidad, con ritmo. Esos son los hilos invisibles que mueven a los danzantes.
Lo extraordinario es que sin que exista una coordinación previa las parejas se acoplen como si hubiesen ensayado, ejecutando pasos y movimientos espontáneos e irrepetibles perfectamente sincronizados, en comunión de gestos no planificados, en una relación tan estrecha como las manos del titiritero con el títere.
Los vestidos de los congos son llamativos por su gran colorido y en general aluden la belleza de la naturaleza. Las mujeres utilizan faldones de dos piezas, blusas con arandina y vuelos hechos de retazos, además de flores en la cabeza y collares de cuencas o caracoles.
Los hombres utilizan la ropa al revés y vieja, sombrero de estopa de coco adornado con plumas, conchas, espejos o cuencas, y se pintan la cara con carbón en símbolo de rebeldía.
Quién sabe si así deberían estar pintados siempre en señal de protesta, como resumió Eunice el final de una jornada en la que la propia ONU está planteando no un año, sino un decenio internacional de los afrodescendientes y contra la discriminación racial por los problemas que sufren dentro y fuera de África.
En Panamá la Coordinadora exigió poco: creación de políticas públicas, inclusión de los aportes de la etnia negra en el currículum de enseñanza, y la realización de un censo "intermedio" en mayo de 2015.
Pero Eunice dejó establecido que los negros en Panamá son discriminados, y citó como ejemplo a las mujeres menores de 35 años, a quienes se les dificulta obtener un trabajo, y a los jóvenes que son "presa fácil" durante los operativos policiales, sólo por el color de la piel.
Ojalá que las iniciativas de la ONU puedan cambiar ese cuadro que tanto se repite en todo el planeta.
* Corresponsal de Prensa Latina en Panamá
jhb/lma
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