viernes, 25 de noviembre de 2011

Igualdad de derechos contra la violencia sexista


Hay una violencia específica contra las mujeres que moviliza a la ciudadanía y a las instituciones ante los casos más brutales. No obstante, desde el movimiento feminista se advierte de que las mujeres, la mitad de la población, siguen sometidas también a una violencia más sutil, que se traduce en falta de derechos y libertades.

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Nerea GOTI

Hoy, 25 de noviembre, señalado como el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, el mensaje institucional volverá a volcarse en la violencia más brutal, la físicamente más visible, la que en demasiadas ocasiones se salda con resultados trágicos. No en vano es la primera causa de invalidez y muerte para las europeas de entre 16 y 44 años, según datos del Consejo de Europa. Mientras, pasarán más desapercebidas en las estadísticas esas otras formas de violencia «de baja intensidad», término utilizado habitualmente para describir un maltrato que no resulta tan evidente, ni se reconoce como tal en muchas ocasiones.

De alta, baja o media intensidad, hay una violencia que se ejerce día a día contra las mujeres en el ámbito doméstico, en el laboral y hasta en la calle, cuando el miedo a sufrir una agresión limita sus movimientos en espacios públicos en los que los hombres ni siquiera se preguntarían «¿puedo...?».

«Sólo actuamos ante la violencia más salvaje: cada vez que hay un asesinato, una violación. Hay que redignificarla como la violencia política que es, porque tiene un objetivo político, que es mantener un orden social machista», sostiene Maitena Monroy, del colectivo FeministALde.

«La violencia contra las mujeres puede aparecer en cualquier ámbito, en casa, en la calle, en la comisaría, en la cárcel, el trabajo o en las aulas», explica Miren Aranguren, de Bilgune Feminista. Desde este colectivo resaltan que reconocemos fácilmente como violencia los golpes y los insultos pero, con distintos niveles de intensidad, hay muchas formas de ejercer la violencia contra las mujeres que se traducen en situaciones habituales que van desde el diferente trato que reciben chicos y chicas en las aulas, pasando por el hecho de cobrar salarios inferiores que los hombres sólo por ser mujer, las repercusiones que en la carrera profesional representa la maternidad, los chistes en torno a la opresión de la mujer o, incluso, hasta cuando a la palabra y opinión de las mujeres no se le concede el mismo peso que a las de los hombres en una asamblea.

Identificar qué es violencia

Detrás de esas expresiones de violencia hay situaciones que, por repetidas y aprendidas, se asumen como lo más normal cuando en realidad esconden una falta de libertades, de derechos. Incipientes iniciativas institucionales, así como particularmente el movimiento feminista, intentan abrir los ojos ante esas otras formas de violencia e instruir en mecanismos de autodefensa.

«¿Has dejado de hacer cosas sola como ir al cine, a la playa o al monte? ¿Alguna vez aceleraste el paso al escuchar pasos detrás de ti porque tenías miedo?». Estas dos preguntas son exponentes de algunas situaciones a las que mujeres y hombres enfrentan de diferente manera. Ambas interrogantes forman parte de una guía con la que trabaja Beldur Barik, una iniciativa especialmente dirigida a adolescentes y jóvenes que persigue promover en las aulas la reflexión en torno a conceptos como la igualdad, el respeto o la libertad, en la que trabajan varios municipios de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa.

Una de las claves para afrontar esas situaciones es saber identificar la violencia sexista. Sostiene Monroy que «ser mujer sigue siendo un riesgo vital» y añade que además «genera inseguridad». Son dos reflexiones de una militante de FeministAlde con pocos huecos en su agenda como impartidora de talleres de autodefensa feminista. Esta joven bilbaina es una de esas voces que llama la atención sobre una realidad que ocupa un segundo plano en la escala de la violencia hacia las mujeres. Ella distingue entre violencia de baja intensidad y violencia simbólica. En el primer supuesto cita «situaciones de acoso, de abuso sexual en espacios de ocio, no respetar o invadir el espacio de la otra persona...». «La violencia simbólica , a través del terror sexual -puntualiza-, es la que lleva a las mujeres a no acceder a derechos de ciudadanía plena».

Como exponentes de ese miedo con el que crecen las mujeres, Monroy cita algunas situaciones que ha encontrado en los testimonios de víctimas de la violencia sexista y ahonda en la cantidad de limitaciones que puede autoimponerse una persona sólo por el hecho de ser mujer. Sale a colación una zona de ocio de Bilbo que, por encontrarse apartada y poco iluminada, representa un conocido -también para las instituciones- espacio de riesgo para las mujeres. «No se tiene en cuenta la seguridad de las mujeres, de quienes sufren una violencia específica por el hecho de ser mujer. Hay elementos estructurales y físicos que hacen que ciertos espacios de ocio no sean accesibles para todo el mundo, porque son espacios donde se perpetúa la violencia sexista con total impunidad», denuncia.

En estas situaciones juega un papel fundamental el miedo, lo que Monroy llama «terror sexual». «El terror sexual conlleva que muchas mujeres, antes de hacer algo, se planteen si pueden o no hacerlo. Conlleva, incluso, una aceptación, en cierto grado, del daño que les puedan hacer. Y eso tiene una enorme repercusión en la autoestima, en la seguridad o la confianza, porque el mensaje es que `es mejor que no actúes'».

A juicio de esta vecina de Bilbo, en general el miedo está definido -«se tiene miedo a algo», precisa-, mientras que en el caso del terror sexual no es así. «Se construye desde la niñez a partir de expresiones como `cuidado con quién vas', `cuidado con lo que haces', `si vas por ahí te puede pasar algo', y ese algo no se define». «Independientemente de que las mujeres tengamos o no cuidado, la responsabilidad está en quien la ejerce», mantiene.

Esta última reflexión parece una obviedad pero, según explica, «la violencia contra las mujeres es el único delito donde se considera a la víctima culpable y al agresor, la víctima de un mala mujer por su vestimenta, actitud o lo que fuere». Recuerda el caso de Nagore Laffage como ejemplo de la victimización del agresor: «Es quizás el caso reciente más claro en el que se ha juzgado más a la víctima que al responsable del asesinato. Una mujer decidió hacer con su cuerpo y con su vida lo que quería, y un asesino machista decidió que no tenía derecho a eso».

Déficit democrático

«Hay un aparataje estructural, ideológico, normativo, en cuanto a señales, pensamiento, en cuanto a valores sociales y culturales que sigue transmitiendo que las mujeres son agredidas porque son merecedoras de sufrir agresiones», expone, al tiempo que aclara que eso se traduce en «negar los derechos y justificar a los agresores, legitimar lo que han hecho y quitarles responsabilidad».

A juicio de Miren Aranguren, una situación de violencia siempre genera discriminación y eso se traduce en una gran falta de democracia. «No podemos hablar de democracia cuando en una sociedad un colectivo permanece pisoteado por la fuerza», sostiene.

En el mismo sentido, Monroy considera que el «terror sexual» genera «un apartheid encubierto», porque «no se permite a las mujeres el ejercicio de sus derechos mientras ven cómo socialmente, y a veces judicialmente, se justifica la violencia contra ellas». Al hilo de ello, invita a imaginar si, en lugar de las mujeres, fuera cualquier otro colectivo el afectado, el que tuviera su libertad controlada y sus derechos restringidos.

Para atajar las expresiones de violencia es importante situar su origen y objetivos, por lo que desde Bilgune Feminista destacan que la violencia sexista es un «grave problema social que provoca el sistema patriarcal. Es el instrumento principal que utiliza el patriarcado para perpetuar la dominación de la mujer y la separación de sexos, que está arraigado en la estructura social y tiene mil formas de expresión».

Educar en la autodefensa

Sea cual sea su expresión y grado de intensidad, la violencia sexista tiene en frente un mecanismo que el feminismo considera básico y que denomina «autodefensa feminista», algo que va más allá de las técnicas de defensa personal. Explica Miren Aranguren que la autodefensa feminista pasa por «llegar a las raíces de la violencia y dotarse de un «conjunto de actitudes y posicionamientos» que ayudan a seguir adelante, a reforzar la autoestima y a despertar o a tomar conciencia sobre los roles que alrededor del género están implantados en la sociedad».

Interpelada por esta cuestión, Monroy se muestra igualmente tajante con respecto a la necesidad de adquirir este tipo de mecanismos y explica en qué consiste un curso de autodefensa feminista. Uno de los ejercicios pasa por definir la violencia sexista. «Es importante que las mujeres sepamos qué es violencia sexista, que la identifiquemos en aquellos actos en los que yo me siento agredida, y decidir que yo tengo derecho a defenderme ante cualquier agresión y poner en práctica mis derechos», detalla.

Monroy subraya que «la cuestión previa es convertirse una misma en sujeto de derecho, algo que no es fácil, y dotarse de recursos para enfrentarse al agresor». «Nos han engañado en cuanto a nuestra vulnerabilidad y en la superioridad masculina -prosigue-, y los agresores no buscan pelear con las mujeres, sino demostrar que tienen el control. Por eso las respuestas a esas situaciones de violencia tienen que ser distintas».

A juicio de Aranguren, junto a la autodefensa feminista, que representa «fuerza, protección, autoestima y confianza», también es fundamental para enfrentar a la violencia sexista la solidaridad entre mujeres y su organización. Trabajar en la autodefensa tiene que ver, pues, con «adoptar un actitud vital, que se traduce en la postura que tomamos en la vida a la hora de manifestar múltiples formas de expresión corporal o la posición que sugerimos con la voz y la mirada, una actitud útil para el conocimiento de una misma y la disposición de límites».

Movilizaciones durante toda la jornada en Euskal Herria

Asociaciones feministas llaman a participar en las marchas convocadas para hoy. En Baiona la concentración será frente al ayuntamiento a las 18.00. La cita de Bilbo será a las 20.00 en la plaza Arriaga. En Iruñea, a la misma hora, en la plaza del Castillo. En Donostia, a las 19.00 desde el Boulevard. GARA

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