Freddy Avilés
La esclavitud y sus secuelas de marginación, discrimen y pobreza del ser humano negro ha sido retratada de diversas formas en la literatura.
Las letras han sido una expresión de rechazo hacia este sistema. En los Estados Unidos, la obra La cabaña del tío Tom, publicada en 1852, por una mujer blanca llamada Harriet Beecher Stowe en pleno apogeo de la esclavitud en ese país, sirvió para denunciar la explotación salvaje a la que era sometido el negro en las plantaciones de algodón del profundo sur.
Logró de esta manera levantar olas de protesta en los sectores progresistas de su país. El propio presidente estadounidense Abraham Lincoln se referiría a la autora como la que había encendido la mecha del conflicto civil que asolaría a toda la nación.
Pero si la obra de Beecher Stowe logró estremecer la sociedad de esa época, fueron los propios negros y sus escritores los que siguieron denunciando los estigmas de la segregación racial, señalando que la abolición de la esclavitud no había erradicado sus secuelas en pleno siglo XX.
Autores como James Baldwin trasladan al Harlem negro de New York, donde sus personajes se enfrentan con rebeldía a la cultura blanca y a la sociedad norteamericana, restregándoles sus falsos valores. Muestra de ello son Otro país (1962) y Sobre mi cabeza (1979).
La Premio Nobel de Literatura 1993, Toni Morrison, luchadora por los derechos civiles, en su novela Ojos azules, lleva por el camino de la alienación del negro y su deseo de parecerse al blanco, tomando como modelo a una niña negra que sueña con tener los ojos de las muñecas blancas. En Una bendición, novela histórica ambientada en el siglo XVII, narra el horror de la esclavitud.
La reivindicación de lo negro en el contexto social es tomado por el poeta afro Amir Baroka, que dota a sus versos de un contenido político militante. Denuncia a su propio país por su política hegemónica.
Otro autor como Alex Hayley con Raíces (1977) muestra la historia de Kunta Kinte y su brutal desarraigo de África, para ser llevado en un barco negrero a Estados Unidos. Incluso la literatura noir tuvo su representante afro encarnado en Chester Himes. Sus novelas policiacas llenas de brutalidad racista llevan a descender a los infiernos de los barrios bajos del Harlem neoyorquino al ritmo de jazz.
En América Latina, a mediados de los 20 del siglo pasado, surge la corriente literaria del negrismo, orientada a enfocar la presencia del negro y su contexto de desarrollo social, cultural, racial y político, aunque no es exclusivo de escritores afro, pues mestizos y blancos también aportan con obras de calidad. En Cuba, por ejemplo, se destacan autores como Alejo Carpentier con su obra Ecueyamba-o, en la que ofrece la revitalización del afrocubanismo. Profundizó su postura negrista con la novela El reino de este mundo, potente narración sobre la independencia de Haití.
Su compatriota Nicolás Guillén utiliza su poesía como instrumento de reivindicación negra. Cada uno de sus versos son una forma de resistencia frente a los valores culturales europeos. Guillén expone en su obra poética el léxico de los negros y la recuperación de los ritos africanos. Tal es el caso de Motivos de son, Songoro cosongo o Balada de los dos abuelos.
Si en la novela y la poesía late la presencia del negro, en el ensayo sociológico también se abrió paso. Miguel Barnet legó una obra sin igual Biografía de un cimarrón, libro testimonial que recoge los recuerdos de uno de los últimos sobrevivientes de los cimarrones de Cuba. El negrismo se encuentra asimismo en Venezuela en la obra de Rómulo Gallegos Pobre negro, novela rica en expresiones del pueblo afro del Caribe y que describe la devastación del país después de la llamada Guerra Federal y de la abolición de la esclavitud.
En Ecuador, la literatura afro ha sido en cierta forma heredera del movimiento del realismo social de la década del 30. Adalberto Ortiz, con su novela Juyungo, muestra una combinación de realismo y mito, coronada por la exuberante selva y ruido de tambor, lucha del negro por sus derechos y rechazo a la dominación del blanco.
Nelson Estupiñán Bass, con su novela Cuando los guayacanes florecían, hace un crudo relato de la guerra civil en Esmeraldas tras la muerte del general Eloy Alfaro. Es una denuncia violenta de la explotación del negro, sojuzgado por el concertaje. Demuestra que el racismo y la discriminación forman parte de la sociedad ecuatoriana.
En poesía, se levanta la voz de Julio Nicolta, Luz Argentina Chiriboga y Antonio Preciado. Una muestra de que los negros en el país, en América Latina y el mundo, aún tienen mucho que decir, cantar y denunciar.
“¡Yambambó, yambambé!/ Repica el congo solongo,/ repica el negro bien negro;/ congo solongo del Songo/ baila yambó sobre un pie. Mamatomba, serembe cuserembá./ El negro canta y se ajuma,/ el negro se ajuma y canta,/ el negro canta y se va./ Acuememe serembó, aé/ yambó, aé”. NICOLÁS GUILLÉN, POETA CUBANO
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