Marco Velazquez
Ciudad Juárez se convirtió el pasado viernes 10 de junio en un referente nacional de posibilidad transformativa en el terreno político de México; a esa entidad tan golpeada por los grupos de la delincuencia organizada y la fallida guerra contra el narcotráfico, se trasladó el poeta Javier Sicilia encabezando la “Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad”, continuación de la caminata iniciada el jueves 5 de mayo en Cuernavaca, Morelos, y culminando el domingo 8 en la “Marcha Nacional por Justicia y contra la Impunidad” en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México.
Muchas estampas del pasado vienen a nuestra memoria al contemplar estas dos caravanas que ha emprendido Javier Sicilia; nos evocan, principalmente, aquellas enormes movilizaciones campesinas que recorrieron, de norte a sur, la vasta geografía del territorio nacional al iniciar el siglo pasado. Las impresiones son distintas, pues no se trata de ejércitos combatientes; las imágenes son variadas, ya que del México abrumadoramente agrario de hace un siglo, hoy sólo nos quedan los paisajes, y una enorme deuda social con los campesinos que fueron obligados a dejar sus tierras y poblar los cinturones de miseria que crecieron sin planeación alguna alrededor de las boyantes, y muchas veces, improvisadas urbes.
Pero hay algo de emblemático en estas movilizaciones: buscan encausar el rumbo del país, replantear los acuerdos sobre los que está cimentado el pacto social y, sobre todo, reconocer entre la multitud los rasgos distintivos de la Nación. Si en la Revolución Mexicana el aspecto fundamental sobre el que giraba la confrontación armada tenía que ver con la tierra y la forma de poseerla, esta situación se complejizaba por el aspecto cultural: era la noción de pueblos lo que dio profundidad a las demandas revolucionarias; más aún, propició que se ensayaran diversas formas de organización social, de tal manera que la democracia no fuera una imposición sino un proceso de recuperación de la memoria histórica. Fue el caso de la Comuna de Morelos, en el territorio zapatista, y con sus particularidades, la utopía villista de la Hacienda de Canutillo, en el norteño estado de Durango.
La cuestión de los pueblos y su relación con la Federación es una asignatura pendiente en nuestro país; si bien el contexto ha variado profundamente, no así la relación de las comunidades y los ciudadanos con el gobierno central. Si en los albores del siglo XX eran las comunidades campesinas e indígenas y, en menor medida, los obreros y las clases medias las que pedían un replanteamiento del pacto social, en el México actual son los “ciudadanos” los que exigen una rectificación en la estrategia de gobierno; es decir, en el centro de sus reivindicaciones se encuentra latente la idea de una Nueva Constituyente, en la que los ciudadanos y los pueblos se sientan plenamente integrados y en la cual puedan definir, permanentemente, el gobierno de sus propios destinos.
Las movilizaciones convocadas por Javier Sicilia, democráticas en todo el sentido de la palabra, tienen una destacable particularidad, dentro del contexto de violencia que se vive en el país: son pacíficas hasta el tuétano. Elemento nada desdeñable si tomamos en cuenta la enorme cuota de sangre que ha tenido que pagarse en este país por poder alcanzar ideales republicanos. Desafortunadamente, la historia de Javier Sicilia no está exenta de tragedia, elemento casi indisociable de la memoria de nuestro país. Para bien, la tragedia personal del poeta, no trasmutó en temor u odio, sino se convirtió en el elemento ético que ha logrado movilizar a una sociedad desencantada con los políticos profesionales y temerosa hasta de su propia historia.
La Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad abreva en las tradiciones más ancestrales de nuestro país: la peregrinación como evocación de respeto y plegaria. En un pueblo profundamente religioso, como es el mexicano, la identificación que se hace de Javier Sicilia con los representantes más dignos de la llamada “iglesia de los pobres” o teología de la liberación en nuestro país, no es dato baladí, sino que explica la profundidad a la que está llegando el discurso de consuelo y esperanza, que el poeta intenta llevar a los rincones más dolidos del territorio nacional. Participe de las ideas progresistas, dentro de la iglesia católica, de los obispos Sergio Méndez Arceo y, el recientemente fallecido, Samuel Ruíz, y del padre Miguel Concha, reconocido promotor de los derechos humanos, su visión del mundo se enriqueció con la amistad del filósofo y pedagogo austriaco Iván Illich.
El elemento simbólico, puede convertirse en la clave para una transformación radical; así lo entendió el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), cuando llenó de símbolos su accionar político; redimensionando y llenando de contenido el acartonado discurso político de las izquierdas, lo cual les ganó muchas críticas desde varios frentes, pero terminó de convencer a un sector de la población tradicionalmente desconfiado: los jóvenes. “La Marcha del Color de la Tierra” es la evocación más cercana de lo que se puede hacer cuando política, ética y simbolismo histórico se juntan: se puede poner de cabeza un sistema político sin necesidad de una conflagración frontal, pues a los poderes formales y facticos se les puede ganar estableciendo lazos comunicantes directamente con la sociedad. Posiblemente así lo entienda Manuel López Obrador, cuando renombra MORENA a su Movimiento de Resistencia Nacional, reposicionando la idea que lo había mantenido como favorito en las elecciones presidenciales de 2006.
Se podrá acusar a Javier Sicilia, como antes se les acusó a los zapatistas históricos y chiapanecos, de no estar construyendo una estructura viable para tomar el control del Estado; lo que no se ha entendido bien es lo que se combate desde siempre: esa idea errónea de Estado, la que nos concibe como sujeto únicamente en las elecciones y en la producción y nos soslaya en todo el proceso de planificación y accionar cotidiano de la política y la económica; lo que se intenta es regresar a los fundamentos mismos de la comunidad estatal, recuperando las nociones de soberanía popular y ciudadanía republicana; dejar que los sujetos tomen libremente las decisiones, pues.
Por estos días, hace 140 años, se vivió en Paris unos de los acontecimientos más significativos de la historia moderna, posiblemente más relevante que la propia Revolución Francesa de 1789 para la memoria de los pueblos, pues en la apuesta popular comunitaria se ensayaron las ideas autónomas y autogestivas como en ningún otro lugar. Miles de parisinos comprobaron que se podían instrumentar masivamente asambleas barriales en las grandes urbes para decidir sus propios destinos, que el ideal representativo de la democracia liberal construido en esos mismos barrios con un siglo de antelación era una falacia y que no tenían que esperar toda una vida para vivir dignamente.
Después vino esa enorme insurrección campesina e insubordinación popular conocida como la Revolución Mexicana, la cual dio nuevos elementos para pensar el cambio social hacia mejor en todo el mundo. La acompañaron los procesos de la Revolución Rusa, la construcción de la República de Weimar y, hace medio siglo, la Revolución Cubana. Todas estas experiencias populares, que llenaron de vitalidad e ideas el inconsciente colectivo de izquierda, tuvieron que optar en su momento por la vía armada para lograr sus objetivos.
En la actualidad, la realidad social se compone de diferentes elementos a los de las historias señaladas; si pensamos la revolución esta no será como sus antecesoras, pues el elemento militar puede pasar a segundo término si se logra construir una mayoría social que obligue a hacer las transformaciones necesarias y desplace a las oligarquías respectivas, no para suplantarlas, sino para construir un proyecto basado en las aspiraciones sentidas de esta misma sociedad.
¿Es acaso el movimiento de los indignados de México un movimiento revolucionario? No lo creo, ni siquiera estaría en una fase prerrevolucionaria, pues apunta principalmente a obtener justicia de los órganos de gobierno actuales –bastante corrompidos-, y se esmera por frenar una estrategia que ha sumido en el miedo y la desorganización a la sociedad. Es decir, aún se encuentra en una etapa de definición de aliados y análisis de contenidos ideológico, pero el tiempo pondrá una apuesta sobre la mesa: o se radicaliza –en sus aspiraciones que no en sus acciones-, o es absorbido por el oleaje electoral del 2012 y desparece o se conserva como un movimiento testimonial.
Los vientos de revolución social soplan libres por el mundo, aunque más gobiernos se encumbren en posiciones de derecha, y las izquierdas políticas se esmeren por complacer a las directrices internacionales del capital; por eso los pueblos, imprescindibles en las horas cruciales, son los que tienen obligadamente que definir sus propios destinos. Si uno observa bien el mapa de la historia, se dará cuenta que Bolivia no está tan lejos de Grecia, ni Cuba de España, ni México de su propio destino…
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