La reciente reunión del G-20 en Toronto confirmó lo que ya sabíamos, vale decir, que la cooperación internacional es insuficiente para resolver los problemas globales y que, en definitiva, cada país tiene que asumir la responsabilidad de resolver sus propios problemas. Todos están afectados por el comportamiento del sistema global, por ejemplo la crisis financiera, pero la suerte de cada uno depende de su capacidad para responder a los desafíos.
En tal sentido, nuestro país tiene mucha experiencia para compartir, como lo planteó en el encuentro la Presidenta argentina. Nuestra crisis del 2001/2002 fue el epílogo de la subordinación incondicional a las fuerzas descontroladas de la globalización, y la recuperación posterior, el resultado de haber reasumido el comando de nuestra realidad, poniendo la casa en orden y al país de pie sobre sus propios medios. El G-20 acaba de reconocer que éste es el único camino correcto porque, al fin y al cabo, cada país tiene la globalización que se merece. En cualquier caso, la agenda del G-20 y de la cooperación internacional sigue abierta y conviene repasar sus cuestiones principales.
El siglo XXI se inauguró con una conmoción profunda de las relaciones económicas y financieras internacionales. Los hechos determinantes son principalmente dos. Por una parte, el surgimiento en las últimas décadas, en el espacio Asia Pacífico, de un nuevo centro de gravitación que comparte la hegemonía que ejercieron en los últimos cinco siglos las naciones avanzadas del Atlántico Norte. Por la otra, la inviabilidad de las reglas bajo las cuales funcionó el orden global desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, particularmente a partir del predominio, en las últimas tres décadas, de la ideología neoliberal y la especulación financiera.
En el actual escenario de incertidumbre, es improbable la resolución de las amenazas a la paz, la seguridad y el medio ambiente, que afectan a todo el género humano. Parece también improbable el reinicio de una fase prolongada de crecimiento de la economía mundial y mejora generalizada de las condiciones de vida, sin resolver las cuestiones críticas planteadas en la etapa actual de la globalización. Esas cuestiones pueden resumirse en los siguientes puntos que integran la agenda económica internacional.
El efecto China. El creciente protagonismo de China y las otras naciones emergentes de Asia al orden global implica la incorporación al mercado mundial, como consumidores y productores, de centenares de millones de seres humanos. Este proceso provoca un cambio profundo en la dinámica del sistema internacional, que denominaré el efecto China.
Por una parte, provoca la ampliación de la demanda de alimentos y materias primas, lo cual se refleja en el aumento de los precios de los commodities y la valorización de los recursos naturales. Por la otra, la incorporación a las cadenas de valor transnacionales, de mano de obra de muy bajos salarios, lo cual debilita la demanda de empleo en las economías industriales avanzadas y la capacidad negociadora de los sindicatos. Este proceso tiene particular importancia en áreas productivas intensivas en tecnología, en las cuales las economías industriales maduras tuvieron tradicionalmente una posición dominante. En efecto: China y otras naciones emergentes de Asia tienen una participación creciente en las cadenas de valor y la oferta de bienes complejos, desde las correspondientes al complejo informático-comunicacional hasta los bienes de capital.
En las economías industriales avanzadas, el efecto China influye en la distribución del ingreso, a través de la disminución de la participación de los trabajadores en el ingreso y el consecuente debilitamiento del consumo en la demanda agregada. Contribuye, también, al desequilibrio en los pagos internacionales que caracteriza a las mayores economías. En las economías emergentes en otras partes del mundo, como América latina, la oferta de manufacturas crecientemente complejas en sectores de vanguardia genera una competencia de bajos precios que afecta el propio desarrollo y transformación productiva de esos países. En consecuencia, desde la perspectiva de estas economías “de la periferia”, el efecto China proporciona, por una parte, el impulso de la valorización de su producción primaria y, por la otra, la amenaza contra su propio desarrollo y transformación industrial.
La extraordinaria acumulación de reservas internacionales en China y otras naciones emergentes de Asia influye, asimismo, en la esfera financiera global. En las economías industriales maduras del Atlántico Norte, predomina el desenfreno especulativo y la desregulación de los movimientos de capitales. En cambio, en la cuenca Asia Pacífico, particularmente China, la influencia de las políticas públicas en el comportamiento del sector financiero es mucho mayor y su potencial de recursos está más orientado a servir los objetivos de la estrategia de desarrollo y proyección internacional.
En consecuencia, desde la perspectiva de las economías emergentes, como las de América latina, debe administrarse, con mucho cuidado, la presencia del poder financiero asiático en las propias realidades internas. Esa presencia constituye una fuente potencial de desarrollo y cooperación, pero genera un riesgo de subordinación, en cuyo caso se repetiría la historia del subdesarrollo y la dependencia de América latina y países de otras regiones.
El ajuste en los Estados Unidos, Alemania, Japón y China. Estos países enfrentan la resolución de sus dilemas internos de ajuste. Para impulsar el crecimiento y eliminar los desequilibrios en sus pagos internacionales, todos ellos requieren erradicar la brecha productividad/salarios, es decir, la prolongada pérdida de participación de los asalariados en la distribución del ingreso. Ha dejado de ser viable la inyección de demanda vía el déficit de los Estados Unidos y, como contrapartida, su expansión del gasto a través de la colocación de las reservas de los países superavitarios en la compra de títulos del Tesoro y colocaciones en el sistema financiero norteamericano. Esto reclama un cambio profundo en la estrategia económica de las mayores economías, con énfasis en el pleno empleo, la participación de los trabajadores de los aumentos de productividad y políticas de estabilización fundadas en la administración de la demanda agregada y las políticas de ingresos.
Los Estados Unidos confrontan el equilibrio de sus pagos internacionales y la eliminación del diferencial entre gastos e ingresos, aumentando el ahorro interno. Japón y Alemania reactivan la demanda interna de consumo e inversión y reducen su dependencia de las exportaciones. A su vez, China no puede seguir descansando en el aumento de la inversión para compensar su subconsumo y el eventual debilitamiento de su impulso exportador. Al desaparecer el déficit de pagos de los Estados Unidos, como “solución” a la insuficiencia de absorción de los recursos propios en las economías industriales y emergentes superavitarias, se trastrueca el comportamiento de la economía internacional que ha predominado en las últimas décadas.
El sector financiero y las normas del comercio internacional. La desregulación de la actividad financiera ha demostrado ser incompatible con el comportamiento ordenado de las relaciones económicas internacionales y un obstáculo fundamental al crecimiento. La regulación de los mercados financieros y la represión de sus excesos especulativos son condiciones necesarias de un sistema financiero global suficientemente estable y predecible. La reducción de las ganancias del sector financiero es también condición necesaria para viabilizar políticas de pleno empleo, estabilidad de precios y eliminación de la brecha salarios/productividad, preservando en las mayores economías los márgenes de beneficios en las actividades productoras de bienes y servicios no financieros. La tasa Tobin y otros tributos en consideración en el G-20 son indispensables para reducir las ganancias del sistema financiero a niveles compatibles con el comportamiento ordenado del sistema global.
El funcionamiento ordenado del sistema internacional requiere fortalecer la capacidad de maniobra de los países para regular el impacto de la globalización sobre las situaciones nacionales. La expansión del comercio internacional beneficia a todas las partes. Sin embargo, los desequilibrios que provoca la globalización desregulada pueden culminar, como en la década de 1930, en el proteccionismo generalizado. Se trata de introducir normas razonables de comercio administrado, en la normativa de la Organización Mundial de Comercio, que contemplen los problemas de las mayores economías y de los países en desarrollo y viabilicen el libre comercio, en condiciones de estabilidad y equidad del sistema global.
En la segunda parte de esta nota, observaremos las asimetrías del desarrollo y el bienestar en el orden global, las reformas del sistema monetario internacional y los problemas de la Unión Europea.
* Director editorial de Buenos Aires Económico
En tal sentido, nuestro país tiene mucha experiencia para compartir, como lo planteó en el encuentro la Presidenta argentina. Nuestra crisis del 2001/2002 fue el epílogo de la subordinación incondicional a las fuerzas descontroladas de la globalización, y la recuperación posterior, el resultado de haber reasumido el comando de nuestra realidad, poniendo la casa en orden y al país de pie sobre sus propios medios. El G-20 acaba de reconocer que éste es el único camino correcto porque, al fin y al cabo, cada país tiene la globalización que se merece. En cualquier caso, la agenda del G-20 y de la cooperación internacional sigue abierta y conviene repasar sus cuestiones principales.
El siglo XXI se inauguró con una conmoción profunda de las relaciones económicas y financieras internacionales. Los hechos determinantes son principalmente dos. Por una parte, el surgimiento en las últimas décadas, en el espacio Asia Pacífico, de un nuevo centro de gravitación que comparte la hegemonía que ejercieron en los últimos cinco siglos las naciones avanzadas del Atlántico Norte. Por la otra, la inviabilidad de las reglas bajo las cuales funcionó el orden global desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, particularmente a partir del predominio, en las últimas tres décadas, de la ideología neoliberal y la especulación financiera.
En el actual escenario de incertidumbre, es improbable la resolución de las amenazas a la paz, la seguridad y el medio ambiente, que afectan a todo el género humano. Parece también improbable el reinicio de una fase prolongada de crecimiento de la economía mundial y mejora generalizada de las condiciones de vida, sin resolver las cuestiones críticas planteadas en la etapa actual de la globalización. Esas cuestiones pueden resumirse en los siguientes puntos que integran la agenda económica internacional.
El efecto China. El creciente protagonismo de China y las otras naciones emergentes de Asia al orden global implica la incorporación al mercado mundial, como consumidores y productores, de centenares de millones de seres humanos. Este proceso provoca un cambio profundo en la dinámica del sistema internacional, que denominaré el efecto China.
Por una parte, provoca la ampliación de la demanda de alimentos y materias primas, lo cual se refleja en el aumento de los precios de los commodities y la valorización de los recursos naturales. Por la otra, la incorporación a las cadenas de valor transnacionales, de mano de obra de muy bajos salarios, lo cual debilita la demanda de empleo en las economías industriales avanzadas y la capacidad negociadora de los sindicatos. Este proceso tiene particular importancia en áreas productivas intensivas en tecnología, en las cuales las economías industriales maduras tuvieron tradicionalmente una posición dominante. En efecto: China y otras naciones emergentes de Asia tienen una participación creciente en las cadenas de valor y la oferta de bienes complejos, desde las correspondientes al complejo informático-comunicacional hasta los bienes de capital.
En las economías industriales avanzadas, el efecto China influye en la distribución del ingreso, a través de la disminución de la participación de los trabajadores en el ingreso y el consecuente debilitamiento del consumo en la demanda agregada. Contribuye, también, al desequilibrio en los pagos internacionales que caracteriza a las mayores economías. En las economías emergentes en otras partes del mundo, como América latina, la oferta de manufacturas crecientemente complejas en sectores de vanguardia genera una competencia de bajos precios que afecta el propio desarrollo y transformación productiva de esos países. En consecuencia, desde la perspectiva de estas economías “de la periferia”, el efecto China proporciona, por una parte, el impulso de la valorización de su producción primaria y, por la otra, la amenaza contra su propio desarrollo y transformación industrial.
La extraordinaria acumulación de reservas internacionales en China y otras naciones emergentes de Asia influye, asimismo, en la esfera financiera global. En las economías industriales maduras del Atlántico Norte, predomina el desenfreno especulativo y la desregulación de los movimientos de capitales. En cambio, en la cuenca Asia Pacífico, particularmente China, la influencia de las políticas públicas en el comportamiento del sector financiero es mucho mayor y su potencial de recursos está más orientado a servir los objetivos de la estrategia de desarrollo y proyección internacional.
En consecuencia, desde la perspectiva de las economías emergentes, como las de América latina, debe administrarse, con mucho cuidado, la presencia del poder financiero asiático en las propias realidades internas. Esa presencia constituye una fuente potencial de desarrollo y cooperación, pero genera un riesgo de subordinación, en cuyo caso se repetiría la historia del subdesarrollo y la dependencia de América latina y países de otras regiones.
El ajuste en los Estados Unidos, Alemania, Japón y China. Estos países enfrentan la resolución de sus dilemas internos de ajuste. Para impulsar el crecimiento y eliminar los desequilibrios en sus pagos internacionales, todos ellos requieren erradicar la brecha productividad/salarios, es decir, la prolongada pérdida de participación de los asalariados en la distribución del ingreso. Ha dejado de ser viable la inyección de demanda vía el déficit de los Estados Unidos y, como contrapartida, su expansión del gasto a través de la colocación de las reservas de los países superavitarios en la compra de títulos del Tesoro y colocaciones en el sistema financiero norteamericano. Esto reclama un cambio profundo en la estrategia económica de las mayores economías, con énfasis en el pleno empleo, la participación de los trabajadores de los aumentos de productividad y políticas de estabilización fundadas en la administración de la demanda agregada y las políticas de ingresos.
Los Estados Unidos confrontan el equilibrio de sus pagos internacionales y la eliminación del diferencial entre gastos e ingresos, aumentando el ahorro interno. Japón y Alemania reactivan la demanda interna de consumo e inversión y reducen su dependencia de las exportaciones. A su vez, China no puede seguir descansando en el aumento de la inversión para compensar su subconsumo y el eventual debilitamiento de su impulso exportador. Al desaparecer el déficit de pagos de los Estados Unidos, como “solución” a la insuficiencia de absorción de los recursos propios en las economías industriales y emergentes superavitarias, se trastrueca el comportamiento de la economía internacional que ha predominado en las últimas décadas.
El sector financiero y las normas del comercio internacional. La desregulación de la actividad financiera ha demostrado ser incompatible con el comportamiento ordenado de las relaciones económicas internacionales y un obstáculo fundamental al crecimiento. La regulación de los mercados financieros y la represión de sus excesos especulativos son condiciones necesarias de un sistema financiero global suficientemente estable y predecible. La reducción de las ganancias del sector financiero es también condición necesaria para viabilizar políticas de pleno empleo, estabilidad de precios y eliminación de la brecha salarios/productividad, preservando en las mayores economías los márgenes de beneficios en las actividades productoras de bienes y servicios no financieros. La tasa Tobin y otros tributos en consideración en el G-20 son indispensables para reducir las ganancias del sistema financiero a niveles compatibles con el comportamiento ordenado del sistema global.
El funcionamiento ordenado del sistema internacional requiere fortalecer la capacidad de maniobra de los países para regular el impacto de la globalización sobre las situaciones nacionales. La expansión del comercio internacional beneficia a todas las partes. Sin embargo, los desequilibrios que provoca la globalización desregulada pueden culminar, como en la década de 1930, en el proteccionismo generalizado. Se trata de introducir normas razonables de comercio administrado, en la normativa de la Organización Mundial de Comercio, que contemplen los problemas de las mayores economías y de los países en desarrollo y viabilicen el libre comercio, en condiciones de estabilidad y equidad del sistema global.
En la segunda parte de esta nota, observaremos las asimetrías del desarrollo y el bienestar en el orden global, las reformas del sistema monetario internacional y los problemas de la Unión Europea.
* Director editorial de Buenos Aires Económico
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